viernes, 11 de julio de 2014

Supongamos, por Iago Sánchez Fouces




Supongamos una entrevista de trabajo después de meses y meses de búsqueda. Puesto al que se opta: dependienta de zapatería. Nombre (supuesto) de la candidata: Noa (nombre más frecuente entre las nacidas en Galicia en 2013, según el INE). Edad: 24. Aptitudes de la candidata: buena presencia, don de gentes, los requerimientos habituales en los procesos de selección para puestos de dependiente/a. Veredicto de la entrevistadora: lo sentimos Noa, cumples con todos los requisitos, tu perfil es el que buscamos, pero no te vamos a contratar,  tienes una hija. ¿Y si un día se pone mala y la tienes que llevar al médico?
Olvidé comentar que Noa tiene una hija (2 años. Guapísima), no lo he indicado antes porque se supone que las dependientas pueden tener hijas, e hijos también. A Noa le toca irse para casa, de vacío. Su dignidad, en cambio, se queda en el lugar de la entrevista, enlodada por una pregunta odiosa: claro que la llevaría al médico, ¿qué madre sería si no? Pues una madre trabajadora, supongo.
Esto ha sucedido, en junio, en España, en 2014, y ha sido muy real. ¿Puede representar este caso un claro ejemplo de los problemas reales que sufrimos la mayoría no privilegiada? Supongo que sí. ¿Es esta la solución al drama demográfico y laboral que no ataja la minoría privilegiada, cortoplacista, ciega? Supongo que no. ¿Usted qué opina?

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